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Mónica


viernes, 20 de mayo de 2011

En breve vuelvo a mi "cooking therapy". Se viene: Tiramisú.


Ingredientes
Almíbar: Café fuerte 400 cc--Azúcar 50 g
Crema: Azúcar 150 g (puede ser Splenda) -
Huevos 3 - Queso crema 500 g (puede ser BC)
Crema 250 g (puede ser BC 0 grasa)
Esencia de vainilla c/n
Vainillas 1 paquete

Almíbar
Mezclar el café fuerte caliente con el azúcar. Reservar
Crema
Hacer un almíbar con el azúcar y 50 cc de agua, cocinar a 120° C (bolita dura). Batir los huevos a punto letra e incorporarle el almíbar, batir hasta que se enfríe.
Mezclar el queso crema con la crema semi batida y agregar al batido de los huevos en forma envolvente.
Armado
Pasar las vainillas por el almíbar y acomodarlas en el molde elegido, una al lado de la otra, bien juntas.
Colocar una capa de crema, alisar la superficie.
Volver a colocar las vainillas empapadas en almíbar y por último la crema.
Llevar al frío y por último decorar con cacao espolvoreado.
Ni bien lo haga se los muestro!
Esta receta pertenece a www.utilisima.com

Ser o no Ser


Por qué será que ser gordo ó flaco cualifican la capacidad intelectual de una persona?
Este último tiempo me ha tocado escuchar, y cada vez más frecuentemente la palabra “gordo” hacia una persona para descalificarla.
Si, frecuentemente escuché frases como: “ Ese gordo no tiene cerebro”; “Esa gorda te quema la cabeza”; “ Ese gordo no puede aparecer en la tele”; “Esa gorda te va a arruinar la vida”; “ Ese gordo no puede opinar”,etc.
Yo me pregunto qué tiene ver el peso de una persona con el resto de las frases.
El ser gordo o flaco puede deberse a un tema físico de contextura, de metabolismo, de desórdenes alimenticios, de conducta alimentaria, entre otras cosas. De ninguna manera el tamaño o el peso de una persona pueden asociarse a su capacidad intelectual. Tanto flacos, como gordos tienen la misma cantidad de neuronas en su cerebro, pero cada individuo tiene su propia capacidad para resolver o razonar alternativas o problemas que se le plantean regularmente. Su peso no es condicionante.
En mi caso nunca fui una persona flaca. Toda mi vida he batallado con mi peso, ya que tengo tendencia a engordar. Mi contextura no es pequeña, soy alta y grande.
Para colmo de males , y según me han explicado los médicos, tengo un metabolismo perezoso, que se activa por tiempos. Toda mi vida he tenido que llevar una dieta regular, con algún que otro permitido, pero cuidando para no aumentar mi peso. Una sola vez experimenté estar flaca. Y mi organismo lo pagó caro. Hace años encontré una médica homeópata, muy seria y reconocida. Ella me organizó una dieta, que era acompañada por unos complementos en pastillas, para compensar la baja en las calorías de la dieta. Su método dio resultado. En casi 6 meses había logrado bajar más de 12 kilos, cosa que había sido imposible hasta ese momento. Una vez alcanzado el peso, seguí con un mantenimiento, y también lo acompañaba con los complementos para acompañar el metabolismo. Al año comencé a notar severos cambios de humor. Al principio los atribuí a los cambios en mi metabolismo, pero no me sentía bien.
Se me ocurrió hacer analizar los complementos con mi médico de cabecera, en un laboratorio. Los mismos contenían anfetaminas. Dejé inmediatamente de tomarlos. Seguí con la dieta balanceada. El “efecto rebote” de las anfetaminas no tardó en sentirse. En 4 meses y medio volví a ganar 8 kilos de los 12 bajados, esto sin comer de más, manteniendo una actividad física regular. Igual seguí y sigo batallando con los kilos, ya ahora a mis 41 años, con una filosofía mucho más madura que a los 20!
Y es el día de hoy, donde en nuestra sociedad el hedonismo está más de moda que nunca y la filosofía de “El que piensa pierde” – emulando a los gloriosos Les Luthiers, es el lei motiv nacional (e internacional) sigo escuchando las frases que tanto me molestaban cuando era niña. “Gordo” de acá, “Gorda” de allá.
Sí, “Gorda” y QUÉ?
Acaso se ofende un “Flaco” o una “Flaca” cuando los llama así?
La discriminación por color, sexo, tamaño o peso se ejerce a diario entre nosotros. Desde pequeños los niños discriminan o señalan con el dedo. Viniendo de hogares donde cada vez se habla menos y se escucha menos, la decadencia es evidente. Donde madres y padres, se ocupan menos de sus hijos y más de su apariencia física. Donde los desórdenes alimenticios se transfieren de padres a hijos. Donde ejercer el “ombliguismo” –mirarse el propio ombligo- se ha transformado en actividad cotidiana.
Tenemos que aprender a calificarnos por los valores reales. A asumir los propios errores y metidas de pata y a tratar de remediarlos o al menos mejorarlos. A dejar nuestro ego de lado y aprender a que nuestros defectos y virtudes están más allá que una simple cuestión de peso.